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Editorial

Querid@ turista: Yo sí creo en ti

Maldivas

Ser turista no agrada. Al menos, hoy. Lo bueno es ser viajero.

Parece que a cada uno de estos perfiles (viajero-turista) le acompañan cualidades intrínsecas. Yo no estoy de acuerdo. Hay turistas responsables, respetuosos, éticos, comprometidos con el medioambiente, leídos, curiosos. Y hay viajeros cretinos, insensatos, altivos, vanidosos, sabelotodos y, en muchos casos, temerarios consigo mismos y con el “camino” transitado. Y al revés. Para este asunto: prefiero la reflexión de Patricia Almarcegui: “Todos somos viajeros y turistas y hoy podemos elegir qué queremos ser”. El turismo ha sido reiteradamente golpeado, pero el mundo rezumó en la angustia de ver como esos “odiosos” turistas podían desaparecer por los efectos directos de una pandemia y la desconfianza hacia “el otro” y “lo otro” derivada de un virus. ¿Por qué? Porque con ellos desaparecerían millones (millones) de empleos. No solo eso: Estaba en peligro la supervivencia de lugares, animales y culturas.

La palabra “turista” comenzó a utilizarse en 1760. Aludía a aquellos que se desplazaban para disfrutar de los encantos de otros enclaves. Se movían. Sin embargo, el 5 de julio de 1841 es para muchos la fecha fundacional de la industria turística. Sucedió en suelo británico. Bajo el liderazgo de Thomas Cook, un grupo de abolicionistas del alcohol participaron en una “aventura organizada” que les llevó desde el mercado de Harborough hasta Loughborough. Este puntual periplo formó parte de los cimientos de la gran empresa multinacional que dominaría —hasta su reciente quiebra— el escenario del viaje turístico. El debate entre viajeros y turistas se ha convertido en una diatriba demasiado recurrente. Y un poco aburrida. Me gusta la reflexión de Paco Nadal al respecto. La recordaba en su cuenta de Twitter en plena cuarentena: “En mi zona ha salido mucha gente a hacer ejercicio, pero con prudencia y respetando las distancias. Vistos algunos comentarios me da que va ser como en la turismofobia: turista es el otro, no yo. ‘La calle está llena de gente, que vergüenza’, sin pensar que tú también eres gente”.

El turismo se ha ganado —muchas veces, a pulso— una fama ignominiosa. Terrible. Los turistas —cuyo movimiento sostiene la economía de muchos países— han llegado a ser, para muchos, el enemigo. Desde la masificación que invadía y corrompía la magia de Barcelona, París o Venecia hasta la horda de “cazadores de selfies” que se apelotonaban ansiosos en las playas del refugio de vida silvestre del Ostional, al noroeste de Guanacaste (Costa Rica), interrumpiendo la anidación de miles de tortugas gigantescas que, desorientadas y estresadas, se veían obligadas a retornar al oceáno Pacífico.

Las cuentas dedicadas a los viajes crecen y crecen. Y parece ser que siguen los mismos patrones. Un artículo de Monica Uszerowicz advertía de la alarmante homogenización de las fotos de viajes en las cuentas de Instagram. Otro trabajo, en este caso de Hosteltur, concluyó que el 77% de los viajeros entre 18 y 34 años admitía actualizar su cuenta de Instagram específicamente para dar envidia. Esta maliciosa tendencia enlaza con los resultados de un estudio de la agencia Schofields Insurance: según su informe, en 2017, el 40,1% de los británicos encuestados entre 18 y 33 años escogieron su destino vacacional en función de si era, más menos, instagrameable. Nuestro Anuario, desarrollado con IATi seguros habla de ello.

La democratización del viaje dio paso a la masificación del viaje.  La masa –como agrupación de muchos—nunca es positiva. Pocos se vanaglorian de ser turistas. Hoy día todos queremos ser viajeros. Las agencias de viajes lo vieron claro y, por eso, ahora ofrecen experiencias y no viajes. Los programas son itinerarios personalizados. Y el desafío es ir donde nadie haya ido antes. Los turistas son claramente el enemigo. Todos. O eso parece. E insisto: no lo comparto. Yo sí creo en el turismo, pero de otro tipo. También en los viajeros, pero no en todos. La verdadera distinción debería ser otra: la forma de mirar, la manera de entender, la predisposición a aprender y la voluntad para desaprender.

El “consejo” sería viajar con curiosidad, informado, pero dispuesto a poner en cuestión lo que creíamos saber. Esto es: viajar no solo para buscar respuestas. Viajar también para retornar cargados de preguntas.  Muchas veces reflexioné con mis alumnos sobre el propósito de viaje. En general. Desde un punto de vista, amplio. La pregunta, siempre al inicio del semestre, era: ¿por qué viajamos? (La misma de la que hablábamos unas páginas atrás). Coincidimos —cada año— que viajamos para buscar lo diferente, lo extraño, lo exótico, la rareza. Y está bien. Entonces trato de plantear el giro. ¿Por qué no viajar también para buscar aquello que nos asemeja, lo que nos une, lo que nos vehicula? Seguramente, en este planeta todo es muy parecido. Y seguramente, yo añadiría también que el viaje es una invitación a descubrir que somos iguales en las diferencias.

El debate no es, ahora, entre viajeros y turistas (aunque quizás podríamos debatir, dentro del periodismo, entre periodistas viajeros y periodistas turísticos). Otra vez más, como siempre, Martín Caparrós lo explica o, mejor, lo mira con tino exquisito. Entre el turista (que viaja como un consumidor) y el viajero (que anda como un hippie en Katmandú) —dice— está el cronista. El periodismo viajero se edifica justamente alrededor de ese sujeto (¿cronista?) que viaja para tomar contacto y para entender. Y luego contarlo. Y yo creo —o quiero creer— que sus textos son apreciados tanto por turistas como por viajeros. Y hasta por aquellos que no se sienten parte ni de uno ni de otro bando.

«Se viaja para ver las pirámides de Egipto. Para pasar diez días todo incluido en un resort del Caribe. Para comer, para ver aves y hongos, animales. Para tomar vinos y fotos de la naturaleza. Para bucear, para contemplar la tierra desde la luna. Se viaja para conocer las rutas del jamón y las góndolas venecianas, y los mejores museos y las peores catedrales. Se viaja para implementar algunos —o todos— los ritos del turista: diez días siete noches catorce países de Europa; veinte jornadas flotando en un crucero. Se viaja para decir yo estuve ahí, yo vi, yo sé, yo fui, yo caminé, yo pisé la calle que pisaron todos. Y también están los viajes de los que no hacen ninguna de todas esas cosas —los viajes de los viajeros—; y los viajes inútiles: los viajes de los que viajan para contar».

Leila Guerriero

Santiago Tejedor, director de Tu Aventura.