Portada » Editorial » Hay dos mapas
Editorial

Hay dos mapas

Bucanero a orillas del río Ozama (República Dominicana). Autor: Santiago Tejedor

Todo viaje demanda de un mapa y de un itinerario, aunque este último pueda (y muchas veces, deba) reinventarse a lo largo de la aventura. Recuerdo un viaje por la Amazonia ecuatoriana; Oriente le llaman ellos. El viaje por aquella selva es siempre especial. No conoce de caminos. Y solo sirven algunos senderos que los guías nativos dominan, pero que cualquier visitante sería incapaz de entender o de memorizar. Adentrarse solo en ella es un atrevimiento demasiado osado. No únicamente por los insectos, las espinas y los venenos de algunas plantas o por las alimañas que deambulan buscando sustento. También, por lo difícil que resulta orientarse. Por ello, hay que hacerlo acompañado de lugareños que, empuñando sus afilados machetes, saben orientarse por ese océano verde repleto de follaje, arbustos, lianas y raíces.  

El lago

Caía la tarde. 12 de agosto de 2012. El calor amazónico invitaba al baño, y John, de 28 años, y Eva, de 26, encontraron demasiado apetecibles las aguas de aquella laguna. Se desvistieron. Dejaron en la orilla las botas de caucho y se zambulleron en ese pequeño mar de espejos. Seguramente, olvidaron la publicidad del resort donde se alojaban: “Un resplandor ardiente…”. “Un lugar distinto a los demás”. “Uno de los enclaves más salvajes…”. La laguna Añangu, en la provincia ecuatoriana de Orellana, dentro del Parque Nacional del Yasuní, escondía una desagradable sorpresa. En silencio, con su sigilo habitual, un caimán se aproximaba. Un poco enamorados, un poco exhaustos, los amantes jugueteaban en esas aguas oscuras. El desenlace era previsible. El animal atacó a los dos ingenuos bañistas.  

Para ella, serias lesiones en la cabeza y en el rostro. La mordida de este reptil es una de las más poderosas de todo el reino animal. Y alrededor de ese hocico, con una simetría cuestionable, emergen unas ochenta piezas dentales. A lo largo de su vida, las irá sustituyendo, entre dos o tres ocasiones cada año. A veces, porque están dañados. A veces, porque sí. El balance: cerca de 3.000 dientes pasarán por esas mandíbulas. Pero la amenaza no reside únicamente en lo filoso de sus piezas de marfil. El caimán acompaña sus dentadas de suculentas dosis de microbios e infecciones. Aunque estos parientes de los dinosaurios permiten que algunas aves e insectos se posen en sus fauces e incluso que se adentren, cual máquinas de lavado, por su boca, la suciedad no se marcha del todo.  

La joven padeció este doble ataque de dientes y microbios. Resultado: más de tres meses de recuperación y un largo tratamiento con antibióticos antes de poder proceder a una segunda reconstrucción facial. Para él, que tuvo además que arrastrar a su compañera hasta la orilla, dos heridas en el tórax. Luego, en los despachos, una serie de dimes y diretes entre los abogados de los heridos y los del lodge. Y a lo lejos, un susurro —repetido aunque casi silenciado— de voces que advertían de una “sobreexposición” de los turistas a los peligros amazónicos.       

Mapa

Esta historia —una más— dramática, pero real, envía un mensaje al visitante que planea un viaje al corazón verde de wasi. Un mensaje que pudiera resultar obvio, pero que no lo es. La selva exige un “mapa” al viajero. Un mensaje que seguramente es válido para cualquier otro viaje, sea cual sea el destino. Más aún en estos días en que todos quieren viajar y vivir aventuras. Se trata de recorrer el mundo y perderse. La moda ahora —gran error— es paladear el peligro y ser esa especie de “héroes trotamundos”, algo bohemios, algo heridos, algo osados, que coleccionan horizontes y puestas de sol. Nos vamos lo más lejos posible. Nos adentramos donde nadie se adentra. Cuanto más remoto el destino, mejor. Cuanto más solos, mejor. Cuanto más peligroso, ¿mejor? Deberíamos reflexionar. El viaje es algo más. Algo diferente. Quizás hemos errado al acercarnos a la palabra “aventura”. Aventura no es peligro. Aventura es aquello “que ha de venir”, “lo que está oculto”, “lo que te espera para sorprenderte”. Pero no confundamos los términos. La aventura también necesita de mapas. Mapa. Palabra de extraño origen: “pañuelo o servilleta” en alusión a los lienzos empleados en la Antigüedad para dibujar caminos y situar regiones. El buen viajero (no hablo de turistas ni de viajantes) necesita un mapa. O mejor, dos.   

Mapa antiguo de La Hispaniola (actual Santo Domingo, República Dominicana). Autor: Santiago Tejedor.

El primero esboza las rutas; delimita las coordenadas; y marcas los puntos de visita y los lugares para el descanso. Deberíamos confeccionarlo en el “antes” y cargarlo, entre nuestros bultos, en el momento de la partida. Podremos (seguramente, deberemos) cambiarlo, pero es necesario. Es útil, aunque mute. Ayuda. Este viaje tiene uno. Un mapa que justamente se garabateó en la servilleta de una cantina quiteña, conversando con Fabio, un joven quechua que debía acompañarme hasta la selva. De Quito a Misahualli. Y de allí hasta el “río del maní”. Después, el Yasuní. Un autobús. Un vehículo 4×4. Una lancha. Senderos y botas. Una canoa. Más tarde, quién sabe. Carreteras, aeropuertos, puertos, ríos, avenidas, calles y sendas. Es el mapa de los “caminos”. 

Hay otro mapa. Este viaje también lo tiene. El de las preguntas, las dudas y las inseguridades. Aunque, paradójicamente, acabe siendo también el mapa de los aprendizajes, de las lecciones y de alguna respuesta (contundente). Lo dibujan tus anhelos y tus pasiones. A veces, se escapa su color y los bordes que lo delimitan se difuminan. Esas líneas pierden brillo. Todo se torna incerteza. Es por el miedo. Nuestros miedos. Puede volver a brillar. No es difícil. Suele presentar muchos territorios ocupados por el silencio. Es el mapa de las “búsquedas”. Y está siempre por construir. Es un mapa inacabado.   

“Encontrarás mucho más en los bosques que en los libros.
Los árboles y las piedras te enseñarán lo que nunca aprenderías de un maestro”.

San Bernardo de Claraval

(Fragmento del libro Yunka Wasi. Historias que cuenta la selva, de Santiago Tejedor, Editorial UOC).

Santiago Tejedor, director de Tu Aventura.